"LA CINEMATOGRAFÍA DE AUGUSTO SAN MIGUEL. GUAYAQUIL 1924-1925. LOS AÑOS DEL AIRE"
En 1984 se me invitó a colaborar en la investigación del cine ecuatoriano como una tarea que implicaba recuperar la memoria de las imágenes filmadas en el país, tanto en su formato físico -película- como en documentos escritos o testimonios orales. Lo empezamos a hacer auspiciados por la UNESCO y la Casa de la Cultura, en dos etapas del Taller de Investigaciones de la Comunicación que lo integrábamos de 1984 a 1987 junto a Teresa Vásquez y Mercedes Serrano y, en una última etapa, hasta 1989, con Azucena Cornejo.
En aquel tiempo, lo único que yo conocía sobre el cine ecuatoriano, lo llevaba entre mis manos. Mostré a quien me entrevistaba, unos recortes y fotografías sobre la película "Los Guambras", filmada en 1961 por Industria Fílmica Ecuatoriana de Gabriel Tramontana. Curiosamente, la película estaba co-dirigida por un chileno llamado M. Cirilo San Miguel, quien no llamó mi atención. Hace pocas semanas me llegó una fotografía de este mismo señor M. Cirilo San Miguel cuando filmaba "Los Guambras". Han debido pasar 23 años de esa entrevista para que me corresponda decir que yo llevé a Augusto San Miguel de mi mano o él me llevó a mí. Pues el chileno M. Cirilo San Miguel, bien puede ser el hijo desconocido de nuestro cineasta guayaquileño Augusto San Miguel Reese con su amada chilena Margot Louis. Amante de quien la Madre de Augusto le separó, pues consideraría que era una bataclana -léase vedete- que andaba de ofrecida por los teatros de Guayaquil. Otro dato que alimenta mi hipótesis es que el nombre del padre de Augusto, coincidencialmente, es también Manuel Cirilo. Esto les cuento solo para demostrar que aún cuando haya concluido este libro, me siguen perurgiendo curiosidades sobre San Miguel y sus contextos.
Una vez ingresada al personal de Cinemateca decidimos buscar no solo en periódicos viejos y revistas de la época sino entre las voces de la gente que, desde los años ochenta, permitió que tejiéramos un entramado de la memoria sobre la cinematografía argumental de los años veinte que había desaparecido y de su principal realizador, el joven guayaquileño Augusto San Miguel. Hoy podemos dar cuenta de que en el 2007 celebramos 83 años del estreno del primer argumental fílmico "El Tesoro de Atahualpa" y 70 años de la muerte de Augusto San Miguel. Además de conmemorar el 25 aniversario de Cinemateca Nacional del Ecuador. Todo junto, en este año importante, vuelve más grata la ocasión para hacer público un esfuerzo editorial que la Cinemateca y la Casa de La Cultura Ecuatoriana ofrecemos hoy a ustedes. En tal sentido, me corresponde agradecer a las autoridades y funcionarios de la Casa de la Cultura.
La investigación y el libro han sido producto de nuestro trabajo en Cinemateca Nacional, desde 1984 y, de una primera entrevista que convenció al Director Ulises Estrella que debía contratarme. Es producto también de una maestría en Estudios de la Cultura en la Universidad Andina Simón Bolívar que finalmente me otorgó el tiempo y la presión suficiente para concertar la escritura definitiva. En este entorno debo agradecer a Ulises Estrella y a los compañeros de Cinemateca Nacional: Verónica Falconí, Laura Godoy, Fabián Cadena, Rita Rojas, Hernán Chinchín, Milton Jácome. A los compañeros de la sala de cine, Luis Tacuri, Diego Sosa, Manuel Arguello, Catalina Granda, Fernando Paez. Y a José Laso, Fernando Balseca y Edgar Vega, por la tutoría en la Universidad Andina.
Y bueno, ¿cuál la novedad que podríamos decir recoge este libro ? Podríamos decir que la cinematografía argumental de los años veinte, accede a maniobrar una historia –con minúsculas– que se disfraza de ficción cinematográfica como un pretexto para recorrer el inventario de ideas acerca de un humanismo libertario o de solidaridad social, que necesitaba divulgación en la época. Y aquello se lo intenta con códigos distintos que usan imagen, movimiento de cámara, guión y unas estrategias narrativas a las cuales no les interesa producir conocimiento histórico sino reconstruir ficciones, recrear visiones del pasado y/o satirizar el presente. Señal de que esa cinematografía vence obstáculos, más allá de un pretendido realismo.
Recuperar la memoria de esa cinematografía es entonces recuperar una forma de representación que no pretende certezas. Que aborda la tensión irresuelta entre memoria y olvido y opta por activar las distintas memorias del pasado, incluso como una disputa que pretende explorar en las formas de organizar y constituir una práctica cultural subalterna como la cinematografía argumental de los años veinte.
Este libro duró mucho. Y, creo que más de uno puso el empeño en no morir, antes de ver que el libro tuviese un fin. Lastimosamente, constatamos la pérdida de nuevos testimonios en: Alfredo Pareja, Elvira Estrada Cevallos, Jorge Villacrés Moscoso, Ángel Felicísimo Rojas, Nela Martínez, Carlos Julio Arosemena. Agustín Cuesta, a los cuales agradezco. Las joyas provienen justamente de ellos, testigos del modo de ver el cine silente y a quienes, en los ochenta, pudimos entrevistar. Las joyas provienen también de la generosidad de varios amigos emigrantes que enviaron todo lo que yo mandé a buscar: la novelina de Augusto San Miguel, su foto de niño, sus padres o abuelos, García Lorca y La barraca, datos sobre el tío de Augusto -el muerto anticipado-. Información sobre el abuelo fundidor, el bisabuelo pulpo. El texto de la milonga infantil, del volvulus y de la tripa, del cuadernillo atado con sogas de pita, de sus cartas. En fin, de Rodrigo Chávez González, incondicional amigo de Augusto y único fundador del marxismo indoamericano y del folklore montubio en Guayaquil, autor de bellas marchas y valses montubios conocidos como marsellesas liberales.
En fin, entre aquellos que se fueron y los que todavía estamos aquí, hemos puesto lo que falta o lo que sobra a las películas y a los personajes del libro de San Miguel. Juntos hemos logrado, creo, ese caos que solo la poesía admite. Podriamos decir que no hemos desperdiciado un pedazo de la vida compartida, a propósito de este libro. En este sentido agradezco a María Lavinia San Miguel de Philips, Sara Icaza de Diez, Enrique Alarcón San Miguel; Hugo Delgado Cepeda; Rodolfo Pérez Pimentel; Nicolás Kingman; Rodolfo Pérez Santana; Pablo Ulloa; Otón Chávez Pazmiño; Fernando Paz Reese; Marcos Espinosa; Cristóbal Montero Reese; Gabriel Tramontana; Lidia Noboa; Gladys Paz Reese; Luis Miguel Campos; Gustavo Valle; Pedro Saad H. Christian León; Elena Noboa; Hernán Ibarra.
La joya mayor para mí es, entonces, el anexo literario llamado “Años del aire” incluído al final del libro y es lo único que yo recomiendo leer. Allí se replican esas voces diferentes para un texto que, con el ejemplo de San Miguel, se asume ecléctico. No es cuento ni novela y no es tampoco una verdad ni una mentira absoluta. Tanto que he dicho a mis amigos testimoniantes, vivos o nó, que juntos hemos logrado este collage de memorias, de trazos y de huellas sobre una época ingenua o heroica del cine nacional. Y, al final, puede quedarnos una sensación de espiral como un corto camino de retornos donde otra vez podríamos encontrarnos casi en el mismo lugar. Como en aquel perdido proyecto New Guayaquil de 1906 con que hoy resuena el Malecón del Guayaquil 2007. Apellidos pelucones o piguaves que son los mismos y a los que solo cambian las indumentarias o los oficios. Los antiguos destiladores de alcohol hoy son poderosos dueños de medios de comunicación. Y ya no hay caravanas mortuorias que sean miradas por un decapitado Medardo, hoy hay señales digitales WWW en los techos de las casas de caña, sin calaveras ni ostiones estancados en las leyendas y espantos de mi feliz niñez .
He podido resarcirme de esas memorias. Y, aunque otros fantasmas vengan a soplarme la nuca, la experiencia de San Miguel no me agota. Parafraseando a Tomás Eloy Martínez, quien sabe y hasta insista con imágenes, es decir, con un guión para una película de ficción y entonces, sea dable otra vez:
“remar con las palabras, llevando a (San Miguel) en el barco, de una playa a otra del ciego mundo. Y no se sepa en qué punto del relato estamos y creamos hallarnos en el medio, pese a que hace mucho, seguíamos en el medio y debamos volver a escribir, una vez y otra vez".[1].
Y entonces deba agradecer a ustedes y a otros la posibilidad del futuro, a mi familia que me dispensa tanta falta de tiempo. A Ulises Estrella, siempre, a Rita Rojas y a Angela Pazmiño.
[1] Tomas, Eloy Martínez, Santa Evita, Madrid, Santillana 2003, p. 441.
Wilma Granda Noboa
Quito, 14 de Agosto de 2007
Sala Alfredo Pareja Diezcanseco CCE
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